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El monje ermitaño que vive hace 23 años en una cueva y que se ha convertido en un hacedor de milagros

Por: Pía Pérez
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El monje colombiano vive en una cueva ubicada en el Valle Santo o Valle de Cadilla, un cañón del norte del Líbano.

El dinero puede ayudar a comprar muchas cosas, pero la felicidad siempre viene desde el alma. Así lo cree Darío Escobar, un sacerdote colombiano que dejó todas su pertenencias atrás para vivir una vida completamente consagrada a la oración y a Dios. 

Si bien él señala que no es un santo por los votos de humildad que hizo, parece como si lo fuese. De las veinticuatro horas del día, catorce las dedica a orar, tres al trabajo, cinco para dormir y dos al estudio. 

Hace veintitrés años, su vida dio un giro en 180 grados. Cuando residía en Miami, Estados Unidos, se dedicaba a guiar a matrimonios, poniendo en práctica sus conocimientos en el área de la psicología. Un día cualquiera, totalmente agobiado por sus quehaceres y preocupaciones habituales, le pidió a Dios un cambio: “‘¡Dios no puedo más!’ y Dios me habló por medio de la voz interior”, contó en una transmisión Escobar. 

Luego de diez años en un monasterio en el Líbano, decidió tener una vida que le permitiera un ritmo más contemplativo. Fue ahí cuando decidió vivir en una cueva, lejos de las comodidades y de su antigua rutina. 

A pesar que al principio fue duro porque debía cultivar hasta sus propios alimentos, el denominado Valle Santo o Valle de Cadilla se convirtió en el hogar más cálido. Actualmente, esta zona se caracteriza por tener 80 iglesias y ser un centro de peregrinación para cientos de personas que buscan darle un nuevo sentido a su existencia. 

Su particular forma de ser, ha cautivado a los habitantes de los lugares aledaños y turistas, quienes lo visitan por su fama de “hacedor de milagros”: “Normalmente, no hablo con nadie, pero a veces hay gente que cree que un ermitaño conoce necesariamente el porvenir y viene a preguntarme si encontrará un novio o un trabajo”, señaló en una entrevista durante el año 2009.

La realidad muchas veces supera la ficción, y la devoción del monje ermitaño  llama siempre la atención de la gente, convirtiéndose en una historia digna de contar. El paso de los años se hace notar en las marcas de su piel, sus cabellos blancos y su voz colmada de sabiduría, pero su fe sigue envolviendo y sembrando la semilla del amor y consagración entre sus seguidores jóvenes. 

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