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Regalar un libro

El acto de regalar un libro a un lector

Por: The Conversation
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Uno nunca sabe quién le va a descubrir aquello que después adorará. Recuerdo vivamente de qué manos recibí Gente normal, de Sally Rooney; quién me recomendó De vidas ajenas, de Emmanuel Carrère, y Stoner…

Uno nunca sabe quién le va a descubrir aquello que después adorará. Recuerdo vivamente de qué manos recibí Gente normal, de Sally Rooney; quién me recomendó De vidas ajenas, de Emmanuel Carrère, y Stoner, de John Williams; o quién me impulsó a leer Tea Rooms, de Luisa Carnés.

Al preguntar en la redacción por los libros que mis compañeros regalan con asiduidad, ha habido división de opiniones. Por un lado, algunos tenían muy clara la respuesta. Helena o el mar del verano, de Julián Ayesta; La tregua, de Mario Benedetti; El libro de los abrazos, de Eduardo Galeano; No todo el mundo, de Marta Jiménez Serrano, o El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, de Tatiana Ţîbuleac, fueron réplicas inmediatas.

Otros se resistieron a nombrar uno, porque adaptan el título a la persona. Aun así, consideran que el Manual para mujeres de la limpieza de Lucía Berlín o El olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince podrían garantizar el éxito.

Efectivamente, regalar un libro es un acto íntimo. Sin embargo, personalmente, cuando me enamoro de un texto no paro hasta que todos los lectores que conozco lo tienen en sus manos, encaje o no con sus gustos personales. Lo hago porque yo he conocido libros así, en obsequios inesperados y desconcertantes.

Mis sospechosos habituales suelen ser los que he citado en el primer párrafo, títulos que me arrebataron y he compartido mucho. Muchísimo. Solo cambio de libro-regalo cuando ya no recuerdo quién tiene qué y quiero cerciorarme de que no me repito. Por cierto, amigos míos, preparaos para empezar a recibir paquetitos de La luz difícil, de Tomás González.

Jóvenes leyendo libros.
Jóvenes leyendo libros.

Le hicimos esta misma pregunta a varios de nuestros expertos para celebrar el próximo Día del Libro. Muchos mencionaron títulos o autores de los que ya hemos hablado en The Conversation: el Quijote, Annie Ernaux, Nuccio Ordine, Marco Aurelio o Pérez-Reverte. Otros suponen aires nuevos y muy apetecibles.

En los últimos meses, también hemos estado atentos a la actualidad editorial. Hablamos del último Premio Nobel de Literatura, Jon Fosse; de La divorciada, de Ursula Parrott, que se acaba de editar en español; de La zona de interés, de Martin Amis, que no se parece en nada a la película oscarizada pero merece ser leída; de Plegarias atendidas, el inacabado final de Truman Capote; del exitoso corpus literario de Maggie O’Farrell; y de la literatura de escritoras de la posguerra española, a propósito de la reedición de Nosotros, los Rivero, de Dolores Medio. Hasta tenemos una recopilación de “clásicos” que se pueden regalar a adolescentes.

Hay quien dice que el arte puede salvarnos la vida. Suscribo la creencia. En ese sentido, la literatura es probablemente la forma artística a la que más fácilmente podemos acceder, con la ventaja de que es también la que más lejos nos lleva.

Es factible estar de cuerpo presente en el salón de casa pero de alma ausente en un internado de New Hampshire resolviendo un antiguo asesinato (Tengo unas preguntas para usted, de Rebecca Makkai, es uno de los libros que más me ha alejado de la realidad últimamente).

Eso, por un lado, es magia. Y por otro, resulta que también es sexy. Así que ¡A regalar!

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